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Jose Manuel, el manejero zen

“Si tenés ganas de trabajar vení la semana que viene con el pelo corto y te tomamos”, le dijo el entrevistador. José Manuel no lo dudó mucho, quería dejar de vender libros, así que achuró su porra enrulada y a la semana siguiente ya estaba a prueba como chofer de Villa Diego. Corría el año 94.

“Para manejar el colectivo era de madera. Cosas grandes nunca había manejado. Me costó bastante pero gracias a Dios me aguantaron”, recuerda hoy, 18 años después.

No mucho tiempo después de su ingreso al choferato conoció -arriba del colectivo, claro-  una mujer. “Era pasajera asidua, vivía en la garita 15 y estudiaba en Rosario. Yo hacía ese turno”, cuenta José. Al poco tiempo se casaron y José -rosarino- se vino a vivir a Funes. Enseguida nació Camila, su hija, la primer persona nacida en el barrio escondido de María Auxiliadora.

Pero así como arriba del bondi vivió cosas buenas también tuvo que aprender a afrontar esa presión que serrucha los nervios.

“Tenés la gente, tenes el boleto, la plata, el vuelto. Tenes diez en una parada y a todos le tenés que agarrar diez pesos, veinte, y darle el vuelto, todo… es jodido. Y encima tenés que pensar en el horario porque te estás atrasando. Tenés que tener cuidado que suban todos, entregar el vuelto, mirar el espejo en la ruta que no venga nadie para subir. Y después el trafico y todo eso… es un despelote. Te desgasta”, explica y cuenta que varios de sus compañeros en el algún momento colapsaron y terminaron con fobia al colectivo.

Con varios años de manejo en el lomo él mismo estuvo a punto de ser vencido por estrés. Era una época en que el colectivo venía abarrotado de pasajeros y la cabeza de José estaba recargada de tensiones.

“En la parada de Wilde subía una señora todos los días. Y yo venía mal, con el seño fruncido, con mala onda. Y subía esta señora y no sé, se ponía a charlar con buena onda, y me cambiaba el estado de ánimo, era impresionante. Me sacaba una sonrisa, todo”, cuenta. Gracias a ella empezó a ver las cosas de otra manera. Por su antigüedad pudo elegir pasar a trabajar por calle Mendoza, ahí la cosa pasó a ser más placentera.

“El recorrido este es bárbaro porque existe una relación con el pasajero, una linda relación. Es como una terapia, muy  ameno, la gente que saluda, que viene, que conversa. Ya somos como amigos entre pasajeros y chofer, y eso me encanta a mí, te pone pilas para hacer el trabajo”, dice José, contento.

Lejos de enojarse, cuando habla de tránsito parece un filosofo zen. “Uno trata de manejar lo mejor posible y de no dejarse influenciar por las malas conductas de los otros, porque a veces uno mismo tiene conductas erróneas. Frente a las conductas erróneas de los otros conductores uno trata de decir <<bueno, se equivoco>>. Porque tampoco vas a ir por la vida puteando. Para mí la conducción en la calle tendría que ser una suerte de amabilidad, y vos me dejas pasar, yo te dejo pasar. Y es todo lo contrario, hay mucha mala educación y poca voluntad de los conductores de querer hacer las cosas bien”.

Incluso esa mirada continúa cuando se le pregunta por la eterna rivalidad con los tacheros. “Yo no tengo una relación 10 puntos pero no tengo problemas. Tengo compañeros que reniegan… pero no se por qué. No tendría que ser así. Porque cada uno está en su laburo en la calle, lo del tachero es complicado porque está buscando el mango”.

Para él, que pasa buena parte del día tragando calles y viendo como manejan los demás, las conductas en la calle son un reflejo de los problemas de nuestra sociedad. “Cuando vos tenés un pueblo con una mentalidad mediocre vas a la mediocridad, te acostumbrás a eso, no es que querés hacer las cosas mejor”, analiza, descarnado.

Dice que la infracción más generalizada es el estacionamiento en doble fila, y propone que las multas sean más altas cuanto más caro sea el auto del infractor. “Para mí, hoy en día el carnet de conducir tiene que ser un privilegio y no que lo tenga cualquiera”, concluye.

“El peatón tiene que tener prioridad, primero el peatón después la bicicleta y después el auto. Porque usando el concepto de antigüedad, en este planeta la antigüedad la tiene el peatón, porque la humanidad nació caminando”, dice, convincente, este chofer que hoy no pierde la calma ni cuando en la última vuelta algún compañero llega tarde a relevarlo.

Así, José Manuel Illier, un tipo al que le gusta su trabajo, a pesar de convivir 8 horas diarias con el estrés de lidiar con esa histeria desordenada y violenta en que se ha convertido la calle, puede tomarse las cosas con calma y aún así ser el chofer más simpático de Funes.

Foto de Vanesa Fresno

Crónica publicada el 21 de septiembre de 2012 en el periódico Info Funes.

2 Respuestas a “Jose Manuel, el manejero zen

  1. colorado bull dogg ⋅

    Genio, sos un grande!!!

  2. este guacho seguro que alguna vez no me paró!!

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